Hace unas semanas terminaba de leer el libro de Moha Gerehou, Qué hace un negro como tú en un sitio como este (Península, 2021). Uno de esos imprescindibles si queremos conocer y entender el racismo en España, un racismo a veces directo y otras veces sutil, pero demasiado presente en la vida cotidiana. Escribiendo sobre el tema de los nombres y su grafía (nombres extranjeros no occidentales, claro), un párrafo se quedó grabado en mi retina:

Esta semana empieza el cole. De nuevo madrugones, carreras, cambios de ropa por derrames imprevistos, berrinches varios antes de salir de casa… pero al final, las inmensas ganas de reencontrarse con compis que llevan casi tres meses sin ver, consiguen vencer los contratiempos anteriores y las emociones salen a borbotones.

Desde muy temprana edad inicié a mis hijxs en el mundo de los libros, las imágenes que entran por las manos, los cuentos o las canciones que también cuentan historias. Soy, además, de las que pierdo la noción del tiempo en cuanto entra en una LIBRERÍA (así con mayúsculas, porque cada vez huyo más de las tiendas de libros, así con minúsculas). También soy de las que le gustan los libros que son bonitos por fuera y por dentro, así que me puedo pasar horas abriendo y hojeando libros por las estanterías. Digo esto para dejar constancia que por mis manos han pasado muchos libros infantiles, muchos más de los que han acabado en mi casa, que tampoco son pocos.

Decir a estas alturas que vivimos en una sociedad diversa y multicultural, resultaría más que obvio. Sin embargo, a pesar de la evidencia, parece que seguimos sin darnos cuenta y seguimos mirando con extrañeza y desconfianza todo aquello que se escapa de nuestro imaginario cotidiano, seguimos sin aceptar la diferencia como algo natural.